La palabra oráculo deriva del latín oraculum, y del griego μαντειον. Su significado hace alusión a la respuesta de un ser divino o de los dioses y al mismo lugar en el que se realiza la consulta y se recibe dicha respuesta.

 

Me llamo Natalia, y mi relación e interés con el oráculo o lo parapsicológico comenzó a darse en mi adolescencia. Crecí rodeada de amuletos, mayormente católicos y con la firme creencia de que existía algo más de lo que podíamos ver, aunque discrepando de muchos de los dogmas de la Iglesia. A esto, y ya desde muy temprana edad se le sumarían pequeños episodios un tanto paranormales que prefería olvidar, haciéndome creer a mi misma que todo era originado por la fantástica imaginación de mi mente. Uno de los mayores errores que cometería y del que más he aprendido. No debemos ni negar, ni ocultar quienes somos, porque haciéndolo nos perdemos.

 

Con 16 años una amiga vidente de mi madre, Carmen, me vaticinó “dotes de mediumnidad". El día que cumplí 18 años, se desplazó desde Madrid y me regaló su oráculo, ese fue el primer mazo de cartas que llegó a mis manos, y el que a día de hoy sigo usando. Jamás me explicaría ni el significado de dichos naipes, ni su interpretación. Simplemente se limitó a colocarlo en mis manos diciendo; “toma, es para ti, tienes el don" aprenderás sola y con los años. Así fue. 

 

En un principio empecé a usarlo con gran ilusión, lógicamente en mi círculo de amigas, respuestas triviales a preguntas sencillas. Poco a poco comencé a sentir de forma diferente la llegada de los mensajes que aquellas cartas tenían preparadas para l@s consultantes (todavía amig@s o amig@s de mis amig@s). Entonces llegó el miedo. Y ese mazo de cartas pasó a formar parte del cajón de mi ropa interior. Allí permaneció un largo tiempo, y sólo sería consultado en “situaciones de verdadera seriedad y urgencia “.

 

Mi vida continúo bastante alejada del mundo oculto, como mucho en alguna ocasión en reuniones de amigas sacabamos un Tarot de Marsella o el I Ching. Poco más. Al resto de experiencias extrañas o sensaciones raras y dispares que se me daban, las descartaba al minuto. No tenían cabida ni en mi, ni en mi día a día.

 

La muerte de mi abuela materna generó un gran cambio en mi vida y mi despertar espiritual. Aunque antes de llegar a ser quien soy ahora, tuve que enfrentarme y recorrer caminos de gran oscuridad en los que me perdí del todo. Hoy comprendo que era necesario, y que precisamente, gracias a algunas de esas experiencias, sumadas a la necesidad por encontrar mejores respuestas, surgiría en mi el interés por el conocimiento y estudio de temas como las memorias álmicas, el transgeneracional, el inconsciente colectivo de Jung, la epigenética y la astrogenealogía, entre otros. 

 

​Conocimientos que iría poniendo en práctica y qué como por arte de magia me fueron liberando. La mejor manera de comprobar que algo funciona, es aplicarlo a la vida y experiencia de una misma, y eso es lo que yo estaba haciendo, sin saber, que en el futuro esos mismos ejercicios servirían para ayudar a muchas personas a cambiar su vida.

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A medida que me iba liberando, lentamente, me fui reencontrando, y a su vez  reconectando con mi fuerza, en ese momento tuve la capacidad de poner fin a ciertas situaciones que me estaban sometiendo y tanto daño me hacían.

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Ya siendo yo misma, y por petición de una amiga, volví a conectar con mi oráculo, haciéndolo al mismo tiempo con ese “don” que había renegado. De esto hace ya unos cuantos años. Tiempo en el que he ido ayudando a las personas que recurren a él, a reconocer, e incluso sentir, las cargas transgeneracionales o contratos álmicos que les impiden, bloquean o someten en la vida, y una vez son reconocidas, honrarlas y liberarlas a través de ciertos ejercicios de psicomagia.